La vida es
un largo camino al
final del cual se
extiende estremecedor y oscuro
el océano de la eternidad. Al inicio, es tal la distancia
que nos separa
del precipicio, y tal nuestra inexperiencia como conductores
noveles por la senda de la vida, que aún
fijándonos solo en
lo que tenemos
inmediatamente enfrente no corremos peligro de perder
la ruta. Cuando nos
vamos haciendo mayores, ese precipicio lo seguimos viendo demasiado
lejos, muy distante
como para conducir
pensando en él, a pesar de que el mismo es
la meta última
de nuestro viaje. Así
vivimos con las
luces cortas, pensando solo en
lo inmediato, y conducimos sin vislumbrarlo. Solo, cuando en algunas ocasiones damos las
largas, intuimos ese final que nos
sobrecoge. Pero a determinada edad, los
muy ancianos, ya lo ven todo
con gran claridad, hasta con
las luces de
posición. A cierta
altura en la vida, el final se convierte en lo inmediato.
Miguel G.
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