jueves, 14 de febrero de 2013

El capítulo que no se llegó a publicar.


Nuestro principito, cansado después del largo viaje a la Tierra fue saltando de planeta en planeta. Ninguno le parecía suficientemente atractivo para quedarse a pasar una temporada.

En algunos se encontraba a gente aburrida, en otros a gente vanidosa, egoísta; otros parecían interesantes al principio pero finalmente todos tenían un denominador común que espantaba al pobre Principito, todos eran adultos... Llevaba ya muchos meses viajando, quizás demasiados, echaba de menos a su flor y decidió reemprender la vuelta. Hizo pocas paradas apenas paraba mas que para descansar un poco, y ver las puestas de sol que tanto le gustaban desde otra perspectiva. Una mañana cuando estaba dispuesto a continuar su viaje, observó como luces de distintos colores bailaban en el cielo estrellado. Lleno de curiosidad se dispuso a averiguar que era.

Cuando llegó al desconocido planeta, encontró a un niño, debía de tener su edad aproximadamente, jugaba con unos artilugios extraños, al principio centelleaban en el suelo, a continuación salían disparados a una velocidad vertiginosa, para explotar en miles de luces. El Principito intrigado preguntó de que se trataba, el pequeño niño, respondió con otra pregunta, lo que irritó a nuestro Principito que nunca renunciaba a una pregunta. Ninguno respondió y pasaron así toda la tarde sin apenas dirigirse la palabra.

El pequeño niño, le contó que a el le llamaban el señorito, o así por menos se llamaba así mismo. Esto alegró enormemente al Principito, puesto que ya tenían algo en común. Comenzaron a jugar, aprendió incontables juegos, descubrió lugares interesantísimos y pasó momentos inolvidables. Sin embargo, una tarde disfrutando de la puesta de sol, mientras Señorito preparaba sus "juegos artificiales" (o así lo llamaba él) , acordándose de su flor y el vacío que dejaba en su corazón decidió que debía volver a por ella, pero se había hecho muy amigo de Señorito, se había convertido en su mejor amigo. Le dio vueltas, vueltas y vueltas, no pensaba en otra cosa, y acabó tomando la que pensó que era la mejor decisión...  


Miguel G.

martes, 5 de febrero de 2013

Defensa de los polítcos.




La reflexión de hoy me gustaría empezarla con una pregunta: ¿Por qué somos tan hipócritas?  Esta pregunta, no muy común y no frecuentemente formulada por los hombres tiene mucho fondo. Observando los titulares, los telediarios, los artículos de prensa o las entrevistas, nos damos cuenta de que hace unos años cuando el "Partido socialista obrero español" gobernaba, recibía ataques de los medios de comunicación por todos sus costados y se pedía un cambio debido a la mala gestión. No solo atacaban y promovían un cambio, sino que además aseguraban que la situación cambiaría con un nuevo cambio político y económico.


Unos años después, esa misma gente que atacaba al antiguo partido, ataca también al "Partido popular" que en estos años gobierna España. En esta entrada no entraré a discutir las decisiones tomadas por uno u otro gobierno, puesto que no es el tema.


Sinceramente, ¡Basta ya de criticar a los partidos!, es cierto que con demasiada frecuencia salen casos de corrupción en los telediarios, pero no debemos generalizar y atribuir estas faltas al partido en su conjunto. ¡Basta ya de echar la culpa a los gobernantes! Es lógico que en gran medida sea su culpa, pero ¿acaso hay alguien que hace algo por cambiar esta situación? ¡NO! sencillamente parece ser una norma universal que debemos criticar antes que ayudar. Además, es gracioso como la gente habla de términos económicos de los que probablemente no conozca su significado, ni en la magnitud que le afecta en su vida, y sin embargo atacan, critican, y descalifican el partido gobernante independientemente de quienes sean. Así que, si una de estas personas se cree lo suficientemente lista como para sacar este país de la crisis económica que lo diga por favor, porque ¡vale ya de criticar!, si los políticos están ahí es por algo (o en su mayoría así es). Además no hay que olvidar que este partido o el anterior, fue elegido por nosotros. Con esto llamo a la reflexión que comentaba al principio, de que dejemos ya de ser tan hipócritas.

Además como afirmaba Winston Curchill: “los que gobiernan en una democracia los hemos elegido nosotros”.


Miguel G.

viernes, 1 de febrero de 2013

Vista del final, a lo largo de la vida.





La  vida  es  un  largo  camino  al  final  del  cual  se  extiende  estremecedor  y  oscuro  el  océano  de  la  eternidad.  Al  inicio,  es  tal  la  distancia  que  nos  separa  del  precipicio,  y  tal  nuestra  inexperiencia  como  conductores  noveles  por  la  senda  de  la  vida,  que  aún  fijándonos  solo  en   lo  que  tenemos  inmediatamente  enfrente  no  corremos  peligro  de  perder  la  ruta.  Cuando  nos  vamos  haciendo  mayores,  ese  precipicio  lo  seguimos  viendo  demasiado  lejos,  muy  distante  como  para  conducir  pensando  en  él,  a pesar  de  que  el  mismo  es  la  meta  última  de  nuestro  viaje.  Así  vivimos  con  las  luces  cortas,  pensando  solo  en  lo  inmediato,  y  conducimos  sin  vislumbrarlo.  Solo,  cuando  en  algunas  ocasiones  damos  las  largas,  intuimos  ese  final  que  nos  sobrecoge.  Pero  a  determinada  edad,  los  muy  ancianos,   ya  lo  ven  todo  con  gran  claridad,  hasta  con  las  luces  de  posición.  A  cierta  altura  en  la  vida,  el  final  se  convierte  en  lo  inmediato.

Miguel G.

¿Para que sirve la televisión?






En  la  vida  todos  deberíamos  practicar  con  más  frecuencia  el  sabio  arte  de  preguntarnos  más  a  menudo  para  qué  hacemos  las  cosas,  de  qué  nos  sirve  lo  que  hacemos.  Yo  voy  a  reflexionar  ahora  sobre  para  qué  me  sirve  a  mí  ver  la  televisión,  y  si  en  relación  a  la  misma,  soy  yo  el  que  me  sirvo  de  ella,  o  es  ella  la  que  manteniéndome  embobado  se  sirve  de  mí  como  atontado  espectador.
 
Creo  que  los  avances  de  la  técnica  de  los  que  en  principio  nos  beneficiamos,  y  que  cada  vez  se  producen  de  forma  más  acelerada  cambiando  nuestras  vidas  y  hábitos,  no  son  necesariamente  ni  buenos  ni  malos.  Todo  el  progreso  tecnológico,  ha  hecho  nuestra  vida  más  cómoda,  pero  no  ha  hecho  a  los  hombres  mejores.  Tampoco  probablemente  les  ha  hecho  necesariamente  peores.

Ver  la  televisión  resulta  agradable,  placentero,  algunas  veces  interesante  y  muchas  divertido.  Otras  puede  resultar  terriblemente  aburrido  y  entonces  la  apagamos,  o  más  probablemente,  por  la  abultadísima  oferta,  cambiamos  de  canal.  A  través  de  la  televisión  nos  llega  muchísima  información,  lo  cual  es  sumamente  útil,  pero  también  muchísima  desinformación,  lo  cual  es  sumamente  preocupante.  Parece  evidente  que  de  la  televisión  debemos  servirnos  y  que  bien  utilizada  el  provecho  puede  ser  evidente.  En  cambio  el  exceso,  como  con  casi  todo,  puede  determinar  que  los  perjuicios  terminen  superando  a  las  ventajas.

Sería  correcto  plantearse  el  tema  desde  el  punto  de  vista  del  coste  de  oportunidad.  El tiempo  que veo  la televisión,  ¿estaría  mejor  empleado  en  alguna  otra  actividad?  ¿Me  privo  de  otras  tareas  más  enriquecedoras  por  dedicar  demasiado  tiempo  a  la  comodona  y  pasiva  actitud  de  abandonarme  frente  al  televisor?  Yo  creo  que  la  respuesta  es  afirmativa.  Groucho  Marx  decía  que  la  televisión  es  una  fuente  de  cultura,  pues  cada  vez  que  alguien  la  encendía  él  se  iba  a  la  habitación  de  al  lado  a  leer  un  libro.  Yo  estoy  de  acuerdo.  La  televisión  puede  ser  una  fuente  de  cultura  y  hay  programas  que  realmente  vale  la  pena  ver,  pero  en  general,  la  calidad  de  la  programación  es  absolutamente  lamentable.  Entonces  lo  más  sabio  es  hacer  como  Groucho  Marx,  apagarla  y  dedicar  el  tiempo,  el  mayor  tesoro  que  tenemos,  a  menesteres  que  valgan  más  la  pena.


Miguel G.

Una persona sincera.




Si  preguntásemos  a  alguien  qué  entiende  por  una  persona  sincera,  el  interrogado  sentiría  cierto  alivio,  pues  ésta  en  principio  parece  una  palabra  fácil  de  definir.  Hay  muchas  palabras  cuyo  sentido  creemos  comprender  sin  dificultad  pero  cuya  definición  exacta  se  nos  puede  hacer  ardua.  No  es  este  el  caso.  Al  que  se  le  pregunté  dirá  probablemente  que  una  persona  sincera  es  aquella  que  dice  la  verdad,  aquella  que  no  miente.

Efectivamente  es  así;  pero  una  persona  sincera  es  más  que  eso.  No  consiste  solo  en  decir  la  verdad,  lo  que  limitaría  la  sinceridad  de  la  persona  a  la  comunicación  verbal,  hablada  o  escrita.  Ser  una  persona  sincera  supone  manifestar  la  verdad  de  una  forma  más  amplia,  de  alguna  manera  implica  no solo  decir,  sino  ser  verdad.  El  mismo  origen  del  término  nos  puede  ayudar  a  comprender esta mayor dimensión de la sinceridad. El origen de la palabra proviene de la  época  del  renacimiento,  concretamente  en  España.  Los  escultores  españoles  cuando  cometían  algún  error  mientras  tallaban  estatuas  de  mármol  caras, disimulaban  los  defectos  con  cera.  Así,  una  estatua  que  no  tenía  ningún   defecto  y  no  necesitaba  retoques  era  reconocida  como  una  " escultura  sin  cera". Con  el tiempo  la  definición  evolucionó  hasta  la  conclusión  de  que  quien  no  oculta  nada, es  una  persona  sincera.

Miguel G.