En toda polémica sobre la bondad o no de la pena de muerte, los argumentos a favor y en contra de su aplicación se centran fundamentalmente en el reo, a quien se pretende privar de la vida, en la victima, que aspira a una justicia retributiva del delito cometido, y en la sociedad, que justifica dicha privación como medida de autodefensa contra el crimen.
Nadie parece acordarse en cambio del verdugo. Triste y marginado elemento igualmente esencial de la ecuación. Nadie es verdugo a la fuerza, pero raramente los hay por vocación. En ocasiones es el azar, en los pelotones de fusilamiento, el que consuela al que dispara pensando que en su arma la bala era de fogueo; en otros es la necesidad de procurarse un medio de vida el que lleva al verdugo a justificar el terrible acto que comete de quitar la vida a otro ser humano (los criminales lo son, aunque a veces no lo parezcan).
Por eso yo propongo, como dijo Miguel de Unamuno, este nuevo argumento en contra de la pena de muerte: “hay que acabar con la pena de muerte para rescatar, no al reo, sino al verdugo”.
Miguel G.
Miguel G.
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